sábado, 16 de enero de 2010

Andalucía, la cuna del flamenco

Andalucía es una región llena de contrastes, la segunda más grande y la que tiene más variedad. Cuando en la cuenca del río Guadalquivir se observan las temperaturas alrededor de los 40۫ C, apenas 3 horas más lejos de ahí se elevan, cubiertos de hielo, los picos de Sierra Nevada. En las montañas, la nieve no desaparece nunca, aunque la calurosa Costa del Sol está tan sólo a 30 km de ahí. En Andalucía hay más de 200 días despejados al año. Los ríos andaluces, durante una buena parte del año, suelen quedarse secos como los uadis del Sáhara para después, con las lluvias de primavera, convertirse en unos torrentes impetuosos. El río Guadalquivir resulta ser la única salida al mar en la región de Andalucía, la única salvación. Su gran delta es una zona de ciénagas fértiles: las marismas. Además de sus llanuras valiosas, Andalucía posee un gran número de estériles sierras calcáreas. Ahí no llueve nunca y no crecen ni siquiera los olivos.


¿Qué personas podrán vivir ahí, en esa región de sorpresas?

De los andaluces se dice que “En el mundo no hay nadie más perezoso y si la naturaleza no fuera tan bondadosa con ellos, seguramente morirían de hambre. En cambio, siempre listos para divertirse, pasan todas las noches de juerga”. Mientras la primera opinión pueda ser quizás demasiado perjudicial y estereotípica, en cuanto a la segunda, a mí, me parece indudable.

Desde hace siglos las ansias de ocio y locura estaban en ellos. Cada pretexto les parecía bueno para ponerse a cantar, bailar y divertirse. ¡Se llegó incluso al punto en que los días de trabajo eran menos frecuentes que los de la fiesta! Se festejaban nacimientos y bodas de los gobernantes locales, visitas de los reyes de países vecinos, fiestas religiosas. Se organizaban ferias (fiestas que constaban de procesiones, bailes y banquetes), torneos y luchas de toros. Las corridas con bailes y mascaradas eran el entretenimiento más popular en varias clases sociales, mientras que la danza era su gran pasión nacional. Se bailaba en todas partes: tanto en los salones aristocráticos y procesiones religiosas, como en las tabernas, bares y fondas.

Y un día, a ese curioso lugar llegaron los gitanos.

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